SAN BASILIO, en el siglo IV, escribe: Hay ángeles que custodian naciones
enteras. Así lo enseñan Moisés y los profetas17.
SAN CIRILO DE ALEJANDRÍA, también del siglo IV, nos dice en una oración
eucarística: Ten piedad, Señor, de los fieles aquí presentes y por la virtud de tu santa
cruz y por la custodia de los ángeles, líbralos de todo peligro y de toda necesidad:
incendios, inundaciones, fríos, bandidos, serpientes, fieras salvajes, ataques,
asechanzas del demonio y enfermedades18.
SAN ROBERTO BELARMINO afirma: Los ángeles custodios protegen a los
hombres de peligros físicos y morales. Nada de lo que afecta a los hombres deja de
interesarles. Todo lo que, de un modo u otro, afecta a nuestro destino eterno, les afecta:
desencadenamiento de las fuerzas de la naturaleza, ataques de animales, pasiones,
intrigas, conspiraciones, guerras, todo puede ser objeto de una intervención decisiva
del ángel, desde el momento en que el destino eterno de los amigos de Dios está en
juego.
En las florecillas de SAN FRANCISCO se lee que un día se presentó un ángel en la
portería del convento para hablar con fray Elías.
Pero la soberbia había hecho al hermano Elías indigno de hablar con el ángel.
En esto volvió del bosque san Francisco y reprendió fuertemente en alta voz al hermano
Elías, diciéndole:
- Haces mal, hermano Elías orgulloso, echando de nosotros a los santos ángeles que
vienen a enseñarnos. A fe que temo mucho que esa soberbia te haga acabar fuera de
esta Orden. Y así sucedió, como san Francisco se lo había predicho, ya que murió
fuera de la Orden.
Aquel mismo día y en la hora en que el ángel se marchó, este mismo ángel se
apareció en aquella forma al hermano Bernardo que volvía de Santiago y estaba a la
orilla de un gran río y le saludó en su lengua:
- ¡Dios te dé paz, buen hermano!
No salía de su extrañeza el hermano Bernardo al ver la apostura del joven y
escuchar el habla de su patria, con el saludo de paz y el semblante festivo.
- ¿De dónde vienes buen joven?, le preguntó.
- Vengo de tal lugar, donde se halla san Francisco. He ido para hablar con él; pero
no he podido, porque estaba en el bosque absorto en la contemplación de las cosas
divinas. Y no he querido molestarle. En el mismo lugar, están los hermanos Maseo,
Gil y Elías.
Luego el ángel dijo al hermano Bernardo:
- ¿Por qué no pasas a la otra parte?
- Tengo miedo, porque veo que hay mucha profundidad
- Pasemos los dos juntos, no tengas miedo, dijo el ángel.
Y tomándolo de la mano, en un abrir y cerrar de ojos, lo puso al otro lado del
río. Entonces, el hermano Bernardo cayó en la cuenta de que era un ángel de Dios y
exclamó con gran reverencia y gozo:
- ¡Oh ángel bendito de Dios, dime cuál es tu nombre!
- ¿Por qué preguntas por mi nombre, que es maravilloso?
Dicho esto desapareció, dejando al hermano Bernardo consolado hasta el punto
que hizo todo aquel viaje lleno de alegría19.
En la vida de SAN FELIPE BENICIO (1233-1285), Prior general de la Orden de
los servitas de María, se cuenta que el día 2 de junio de 1259, cuando estaba celebrando
su primera misa, todos los presentes, al momento de la elevación, oyeron un canto tan
hermoso y sublime que quedaron como fuera de sí de emoción, pues parecía que un
coro invisible de ángeles entonaba el Santo, Santo, Santo… De esta manera, el cielo
ratificaba la decisión que habían tomado los superiores de ordenarlo sacerdote, a pesar
de las reticencias de algunos por parecer demasiado insignificante, humanamente
hablando, para ser sacerdote.
SANTA ÁNGELA DE FOLIGNO (1248-1300) tenía mucho amor a su ángel de la
guarda. Ella escribió: El día de la fiesta de los santos ángeles yo estaba enferma y
quería comulgar y no había quien me pudiera traer la comunión a mi casa. De pronto,
yo entendí la alabanza que los ángeles dan a Dios y la asistencia que prestan a los
hombres. Y se me presentó una multitud de ángeles, que me condujeron en espíritu al
altar de una iglesia y me dijeron: “Éste es el altar de los ángeles”. Sobre el altar pude
apreciar la alabanza que ellos daban a Jesús sacramentado. Y me dijeron: “Prepárate
a recibirlo. Tú eres su esposa. Jesús quiere ahora contraer contigo una unión nueva y
más profunda”. No puedo expresar la alegría que sentí en ese momento20.
SANTA FRANCISCA ROMANA (1384-1440) veía continuamente a su ángel. Lo
veía a su derecha. Si alguien hacía algo malo en su presencia, Francisca lo veía taparse
la cara con las manos. Despedía una luz tan grande que no lo podía mirar fijamente. Aveces, disminuía su resplandor para que pudiera verlo y Francisca lo miraba con ternura
e, incluso, se atrevía a posar su mano sobre la cabeza de su celestial compañero.
SAN FRANCISCO DE REGIS (1597-1640) tenía mucha devoción a los ángeles y,
especialmente, a su ángel custodio, al que le encomendaba todas sus buenas obras para
que las presentara ante Dios. No pasaba nunca junto a una iglesia sin invocar al ángel
guardián de la iglesia o de la parroquia y a los ángeles de sus habitantes. Igualmente,
cuando pasaba junto a un cementerio, se encomendaba a los ángeles de todos los
difuntos enterrados allí y oraba por ellos, enviándoles su bendición sacerdotal.
Un día, pasaba por una calle, cuando una mano invisible lo detuvo y no podía
caminar. En ese momento, desde la ventana de una casa vecina le pidieron a gritos que
subiera, pues había una persona moribunda. Él subió a la casa y escuchó en confesión al
moribundo y le dio los últimos sacramentos. Él nunca dudó que había sido su ángel
quien le había detenido para que pudiera atender a aquel enfermo a bien morir.
Sobre SANTA ROSA DE LIMA (1586-1617), se dice que enviaba a veces a su
ángel a hacerle recados y él los cumplía fielmente. Un día, su madre estaba enferma y
santa Rosa fue a verla. Su madre, al verla un poco “descaecida” mandó a una
empleada negra a que fuera a comprar un real de panecillos de chocolate y medio real
de azúcar para darle a su hija. Pero Rosa le dijo: “No, madre mía, no los dé que serán
malgastados, que doña María de Uzátegui me lo enviará”. De allí a poco llamaron a la
puerta de la calle, siendo ya muy tarde y fueron a abrir y entró un negro de la dicha
doña María de Uzátegui con una jícara de chocolate y la dio de parte de la dicha
señora... De cuyo suceso quedó admirada esta testigo y preguntó con cuidado a la
dicha su hija (Rosa): “¿Cómo sabía que le habían de enviar aquel chocolate? Y le
respondió: Mire, madre mía, cuando hay una necesidad tan precisa como ésta que yo
tenía ahora, que bien la conoció vuestra merced, basta decírselo al ángel de la guarda,
y así lo hice yo a mi ángel, como lo he hecho en otras ocasiones”.
De lo cual esta testigo quedó admirada y espantada de ver aquel suceso. Y esto
responde y declara delante de dicho juez, y debajo del dicho juramento por ser así
verdad, y ambos lo firmaron, el bachiller Luis Fajardo, María de Oliva, ante mí, Jaime
Blanco, notario público21.
La VENERABLE SOR MARÍA DE JESÚS DE ÁGREDA (1602-1665) escribe en su
famoso libro Mística ciudad de Dios:
En una ocasión: Aparecióseme por mandato de Dios mucha multitud de ángeles
de todos los coros y jerarquías, hermosísimos y con distinción de cada jerarquía, y me
dijeron: El Altísimo manda y dispone que seas nuestra compañera, que tu trato y
conversación sea con nosotros y te has de asimilar a nuestra naturaleza, imitándonos
- en lo que hacemos. A todos los coros y jerarquías has de imitar, mirando nuestros
oficios, a unos en el amor fervoroso; a otros en la ciencia que recibimos... En la
reverencia, amor, adoración y culto que tenemos a Dios nos has de imitar; y en el
trabajar por las almas has de imitar a los ángeles de la jerarquía inferior, que las
guardan. Pasado esto, sentí que me presentaban ante el trono de la Santísima
Trinidad... Y el eterno Padre mandó a los ángeles que me admitiesen por compañera y
a mí que lo fuese y que obrase como ellos22.
También vi multitud de ángeles de la primera jerarquía, que me decían:
Compañera y amiga nuestra, ven con nosotros.
- ¿A dónde van?
- A pedir por las almas que tenemos a nuestro cargo, de las que somos custodios.
Somos vigilantes y ayudadores fidelísimos. Las asistimos en todos sus trabajos, las
quitamos de los peligros. Repetidas veces, las apartamos de los demonios, les
administramos santos pensamientos. Si vemos que se ponen en peligro de pecar, las
amonestamos para que se aparten. Muchas veces, duermen y nos desprecian, no
invocándonos y nosotros les estamos haciendo beneficios23.
SANTA MARGARITA MARÍA DE ALACOQUE dice: Una vez, estando en la labor
común de escardar lana, me retiré a un pequeño patio próximo al sagrario del
Santísimo Sacramento, donde trabajando arrodillada, me sentí al instante recogida por
completo interior y exteriormente y se me representó, al mismo tiempo, el adorable
Corazón de mi adorable Jesús más brillante que el sol. Estaba en medio de las llamas
de su puro amor, rodeado de serafines que cantaban con admirable concierto: El amor
triunfa, goza el amor, placer derrama, su Corazón.
Estos bienaventurados espíritus me invitaron a unirme a ellos en las alabanzas
al divino Corazón, diciéndome que habían venido a asociarse a mí con el objeto de
tributarle un homenaje continuo de amor, de adoración y de alabanza y a este fin
harían mis veces delante del Santísimo Sacramento para que yo pudiese, por su medio,
amarle sin interrupción y ellos, a su vez, participar de mi amor, sufriendo en mi
persona como yo gozaría en la suya. Escribieron, al mismo tiempo, esta asociación en
el Corazón Sagrado con letras de oro y con los caracteres indelebles del amor24.
EL BEATO BERNARDO HOYOS (1711-1735) escribe: La víspera del Corpus, al
comulgar, me pareció estar rodeado de espíritus angélicos, que hacían compañía a su
rey sacramentado. Sentí, en particular, la amable presencia de mi ángel y de san Juan
Evangelista, que continuamente me asisten. Y luego recibí una luz especial para
comprender la excelencia del Santísimo Sacramento del amor.
SAN ANTONIO MARÍA DE CLARET (1807-1870) escribe en su Autobiografía: El
infierno me hacía una gran persecución, pero era muchísimo mayor la protección que
recibía del cielo. Yo conocía visiblemente la protección de la Santísima Virgen y de los ángeles y santos. La Santísima Virgen y sus ángeles me guiaron por caminos
desconocidos, me libraron de ladrones y asesinos y me llevaban a puerto seguro sin
saber cómo25.
La BEATA ANA CATALINA EMMERICK (1774-1824) en sus visiones y
revelaciones dice: El ángel me exhortaba a ofrecer todas mis privaciones y
mortificaciones por las almas benditas del purgatorio, las cuales no pueden valerse por
sí mismas y son cruelmente olvidadas y abandonadas por los hombres. Yo enviaba
muchas veces a mi ángel custodio al ángel de aquellos a quienes veía padecer para que
él los moviese a ofrecer sus dolores por las benditas almas. Lo que hacemos por ellas,
al punto se convierte en consuelo y alivio para ellas. ¡Son tan dichosas y se quedan tan
agradecidas!26.
Una vez, debiendo cruzar un puente muy estrecho, miraba con gran temor lo
profundo de las aguas que corrían debajo; pero mi ángel custodio me guió felizmente a
través del puente. En la orilla había una trampa para ratones y en torno a ella saltaba
un ratoncillo; de pronto, se sintió tentado de morder el bocado que veía y quedó preso
en la trampa. “Oh desventurado, dije yo, que por un bocado sacrificas la libertad y la
vida”. Y mi ángel me dijo: “así obran los hombres, cuando por un corto placer ponen
en peligro el alma y la salud eterna”27.
En la vida de la BEATA MARIAM (1846-1878), la pequeña árabe, carmelita
descalza, se cuenta que un día, por las calles de Jerusalén, se le acercó un joven muy
hermoso. Ella tenía unos quince años. El joven le habla con fervor de la castidad
perfecta por amor a Dios. Algunos días después, lo vuelve a encontrar y le dice que se
llama Juan Jorge y la invita a ir al santo Sepulcro. Ella le dice que quiere hacer allí el
voto de virginidad perpetua, si él también lo hace. Y los dos hacen el voto de castidad
perfecta para siempre. Antes de despedirse, Juan Jorge le habla a Mariam de las
grandes etapas de su vida futura.
Dos años más tarde, se encontrarán en Mangalore, en la India, un poco antes de
su profesión perpetua como religiosa carmelita descalza. Entonces, ella comprende que
Juan Jorge es un ángel de Dios, como lo fue Rafael para Tobías28.
En la vida de SAN JUAN BOSCO se cuenta que el 31 de agosto de 1844, la mujer
del embajador de Portugal debía ir de Turín a Chieti; pero, antes de emprender el viaje,
fue a confesarse con san Juan Bosco, que le dijo que rezara tres veces la oración del
ángel de la guarda antes del viaje para que su ángel la asistiera en los peligros. En
determinado punto del camino, los caballos comenzaron obstinadamente a desobedecer
al cochero y, al final, la diligencia y los viajeros se vieron envueltos en una caída
Bonitas experiencias :), Saludos. Fabiola y Sabrina
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